EL ANDENCITO

4.6.10
Izquierda, derecha. Carlos Jesús de los Faros mira hacia ambos lados sabiendo que el tren sólo llega por el lado izquierdo, pues de lo contrario se darían las dos siguientes posibilidades: o los dos trenes que llegan de ambos lados colisionan, o el inexistente tren que llega por la derecha se marcha por el lado equivocado, como es de razonar lógicamente. De todas formas, en ninguno de los dos casos el personaje llegaría a su destino final: hacia la derecha.
Se escuchan las hojas subir y bajar, llevadas por el viento, rozando la arena que cubre todo el horizonte frente a la estación, como si fueran pájaros con sed. El viajero Carlos Jesús de los Faros, un ciudadano común y corriente (y por lo tanto, un tipo aburrido), da tres pasos cortos hacia las vías del tren, donde el techo del edificio ya no hace sombra. Impaciente, mira hacia los lados girando la cabeza dos veces. Al tercer giro sucede lo inadvertible: un bandoneón negro azabache le cae en la cabeza, dejándolo inconsciente y en posición de víctima de un crimen en el medio de las rieles del tren.

Carlos Jesús de los Faros fue rescatado y puesto en recuperación en un centro médico al cuidado del Monseñor Giraldo y Montebueno, ahora neurólogo cirujano. Mira, Carlitos, eso de tocar tangos al borde del andén casi te mata, vas a tener que quedarte aquí a leer unos libritos y probar con el xilófono. Carlitos no entiende.

El personaje, al parecer trastornado por el golpe de arrabal, jamás logró explicar coherentemente que un bandoneón le había caído del cielo en la cabeza, y que en realidad esperaba el tren hacia la derecha. Fue la siguiente frase, al parecer, la que puso en duda su cordura frente a los médicos: “es que no consigo sacarme el tango del corazón”. Y así se quedó en el centro médico con el diagnóstico de “músico consumido, desequilibrio avanzado”.
Encerrado en una habitación, Carlos Jesús de los Faros fue privado de su amor y obligado a creer en la mentira que el mismo Carlos Jesús se encargó de convertir en verdad. Tarareaba, dibujaba milongas con la mano izquierda y las terminaba con la derecha, como el tren que debió haber tomado. Mordía, golpeaba, besaba y amaba el tango, que lentamente sentía lo mismo por él.

El miedo de perder al tanguero en el tango y contagiar al resto hizo que Monseñor Giraldo y Montebueno le pusiera parlantes en la habitación con oraciones musicalizadas y barnizara el piso con aceite de almendra, para que no pudiera bailar.

Loco de amor, de ganchos y giros, Carlos Jesús de los Faros se desvaneció entre el olor a almendra y varias centenas de credos. El tango, flotando (porque en el piso se resbalaba), se escapó por la ventana, y quién sabe si tomó la izquierda o la derecha.

Carlos Jesús de los Faros nunca supo si hubiera sido mejor morir de un bandoneonazo en la nuca.

Varios siglos después de enterrado el centro médico, un reportero salvaje descubrió, bajo una densa capa de aceite de almendra, un bandoneón de veintidós metros que sólo podría haber sido cerrado por dos trenes, uno frente al otro, pero jamás podría haber sido abierto.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias Andre! Muy oportuno!!!!!
El cuento esta excelente.
Fer

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